domingo, 9 de mayo de 2010

Rafael Altamira






Rafael Altamira (Alacant, 1866 - Méjico, 1951) alcanzó prestigio como jurista, historiador y juez del Tribunal Internacional de Justicia de La Haya. Vivió muchos años fuera de sus lugares de infancia y mocedad; siempre con añoranza del Campello, donde pasaba temporadas en la finca de sus padres; y aún desde el exilio americano recordaba los espacios vivenciales más queridos: Alacant, El Campello, Oviedo.


Entre 1895-1905 escribió relatos en los que testimonia su amor por los paisajes mediterráneos. En ellos dibuja los trabajos y los días de las gentes de su juventud. Hemos seleccionado algunos fragmentos, puntitos de color que evoquen sensaciones e inviten a la reflexión cuando estemos en el Hort Escolar. [Fragmentos en Rafael Altamira: Cuentos de Levante y otros cuentos. Barcelona, Thule Ediciones, 2003]


Cuentos de Levante: pags. 10, 16, 30.-

“Como tantos otros, el padre de mi heroína emigró, aún siendo mozo, a la vecina costa de África. Allí segó, recogió esparto, cuidó viñas y huertas (…)¨


[…]


“El sentimiento del campo renació en aquel espíritu amamantado entre árboles, nidos y sembrados. Gozó de veras y respiró a pulmón lleno, a pique de hacer saltar los cordones del corsé. Y con este gozo, no hizo alto en la cena, sobria y pobrísima: en aquel frito de pimientos y tomates mezclado de salazón barato, y aquellas cebollas blancas, orondas, turgentes, que casi servían de pan”.


[…]


“ Tú no sabes –exclamó plantándose delante de Matilde-, no sabes lo que esto es para nosotros, hijos de una tierra siempre desfallecida en desmayos de sed, donde ha habido períodos de siete años sin que lloviera ni un solo día. Tú no sabes lo que es ver secarse las viñas, con los pámpanos rojos y abarquillados; como los almendros pierden la hoja y quedan sus ramas, delgadas y negras, dibujándose sobre el fondo limpio y azul del horizonte, semejando esqueletos carbonizados; como las mieses se quiebran y fallan; como las flores se cierran y marchitan y nada queda del campo más que las palmeras briosas y oscilantes, que ni dan sombra ni pan. Si hubieras visto como yo todo esto: las súplicas de toda esta pobre gente a Dios y a los santos, la miseria que aniquila, la emigración al África, que se impone, o las excursiones fatigosas a la Mancha y a la Castilla superior en demanda de trabajo, sabrías la emoción que nos produce ver cubierto, el cielo o tal cual jirón de nube que se agarra a la sierra y encapucha las cimas; la música suave y deliciosa que tiene para nosotros el gotear de la lluvia sobre la tierra, que exhala entonces su olor más agradable y embriagador y el interés con que seguimos el girar de los vientos, que ora nos traen, ora nos llevan el agua… Si no fuera por el Pantano –añadió tras breve pausa-, un pantano hermoso que tenemos allá arriba en la montaña y que recoge las lluvias para los días de escasez, la miseria sería permanente aquí. Gracias a él se puede regar cada mes, y a veces, en años lluviosos, más a menudo; y siempre es para nosotros una emoción el riego.


Pero cuando falta también el Pantano, o escasea su contenido, ¡adiós tierra!. Los pobres no pueden pagar diez, veinte, hasta treinta y cuatro duros que vale la hora de riego”.



Fantasías y recuerdos: pags. 147-148.



“(…) Afanes no dio otra señal de los ahorros que su gran economía debía producir, que la compra de dos tahúllas más, contiguas a la casa. Hizo de ellas huerta de patatas, habas, tomates, judías, calabazas y melones, según la estación (…)”.




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